I
Escuché a mis latidos morir en silencio,
esperando en un recinto solitario, bermejo, podrido.
Los destellos de las fiestas apedrearon la entrada
con un sórdido aullido disfrazado y desgarrado.
Las columnas de basalto, abofeteadas por las risas,
se torcieron y movieron como el paso de los años.
Los recuadros familiares se durmieron entre gritos
incesantes y aplastantes; temblorosos y distantes;
las esquirlas del discurso no faltante en cada junta
reposaron en un suelo de adoquines y cadenas.
Escuché a mis latidos morir en penumbra,
prisioneros del gobierno autoritario del cerebro;
codiciando los escudos de colonos añejos
sofocados entre muecas de desdicha y locura.
—
¡Carroña idiota, qué le has hecho a tus hijos!
¡Disparaste tu revólver y estiraste tu toalla!
¡Ahora en un luto te izarás de nuevo!
—
Escuché a mis latidos morir en demencia,
observando a su generación predicar la cordura;
rezongando desde el podio de un torneo sin presentes;
apretando con los puños una hoja ensangrentada;
suplicando un repertorio de quebradas vivencias;
disolviéndose en un vaso de aguardiente claroscura;
mutilándose aliñados con sonetos displicentes;
contemplándose el reflejo en las aguas más heladas.
—
Tras tres noches tempestuosas floreció un huasito
que semanas adelante marchitó con el sonido
de las yeguas andrajosas que fecundan Cerro Guido.
—
Escuché a mis latidos morir en un libro
cuyas páginas desiertas se escribieron con rabia;
los lectores lo compraron con el precio de rebaja
y leyeron en sus versos decepciones descompuestas.
—
Para ver, oír;
para hablar, sentir;
para ser, nacer;
para amar, perder.
¡Con cuál de mis sentidos he de huir de lo que pienso!
—
Escuché a mis latidos morir en la casa
que vivió todas sus penas y moldeó todas sus caras.
Escuché de mis palabras las más ruines reflexiones,
lastimé con la guadaña de las desapariciones,
terminé de ajar al cuerpo que bebió de mis premisas;
pero nunca pude huir de mi cántico hecho trizas.
¡Escucho! Sí, Señor,
escucho y me arrepiento de escuchar en demasía.
¡Escucho! Sí, Señor,
escucho las plegarias que dedican a mi vida.
¡Oh, Señor!
¡Oh, mi Dios!
¡Oh, Jesús!
¡Arranca de mí la barrera mortal!
II
Escuché a las nubes despejar
como un flácido aroma de anís.
Desolar vi a un puerto sideral,
sus personas le apuran su fin.
¿Escuché?, ¡mi oído sabe más!
¿Escuché?, naturalmente sí
Escuché… ah.
Madre María,
Padres de la Patria,
dueños del saber,
¡Ilumínenme!
¡Cuánto escuché que debo olvidar!
¡Cuánto alarido habló con mi voz!
¡Cuánto, Señor, cuánto falta más
de lo que falta para ver hoy
mis resplandores contra el ayer!
¡Cuánto falta para serte bien,
como el dolor que abriga mi cruz
lo es a la piel que escolta al sauz!
—
Mujeres, tan tiernas como el sonido del mar
chocando suave y pasivo contra rocas lisas.
Mujeres, tan bellas como el parto del amanecer
que se comienza a gestar como los pálidos reflejos
de la luna suplicante, lisonjera y delirante,
cuando aparta cada noche de las láminas–resorte
que cultivan el suplicio de la oscuridad.
¡Mujeres! ¡Cuánto han brindado a mi vida!
¡Cuánto escozor han borrado de mis sienes!
¡Cuántas veces devolvieron a mi cara la sonrisa!
¡Cuántos ritmos inspiraron a sus caderas de nieve,
calentando los fusibles que esperaban por danzar!
—
Danzas, cometas,
cuerpos celestes,
ojos marrones,
dermis coqueta,
uñas tan verdes
como las deudas
que cuentan nombres.
—
Escuché a los océanos abrirse;
los océanos raudos del planeta
que mirando fijamente encomienda
sus pecados a la humanidad.
Escuché quieto, púdico, celoso,
vivamente, perdido; junté rostros.
Hijos. Lima. Pensamiento.
Sueños. Cobre. Tempestad.
III
Escuchar a mis paredes orar
los antiguos sacramentos benditos,
con la espiga del siniestro mosquito
alejada del rosario mugriento,
se parece al arcángel harapiento,
candidato de un partido abisal,
nivelando el suelo eriazo
para el sórdido carrete
de un racimo de alquequenjes
con las muelas de metal.
—
Escuché el llanto de un bebé
cruzarse al paso de un bisonte;
horizontes lleva al molino,
calle abajo mueve los pies,
los pulmones llena de nitro
apaciguando los derroches
de su padre el presupuestario.
—
¡Madre! Tú me amas
¡Madre! Tú me amas
¡Madre! Tú miras
más allá de la tiña.
¡Madre! Tú cuentas
pavor de mi cabina,
pero hablas a sovoz.
¡Culpa las ronchas de mi cuerpo
a la fiesta que ultrajó mi alma!
¡Rompe el tumor de mi destino,
paraliza al nudo que brama
y aprieta como el fin del mundo!
¡Madre! Tú me amas
¡Madre! Tú me amas
¡Madre! Tú me amas…
Madre, Tú me amas, ¿verdad?
Madre,
la tarde se siente vacía,
los gestos necios de familia
me rompieron.
Madre,
mis amigos decían
que va primero la familia,
¿pero a qué familia le muestro
mi más sincera algarabía
si para ellos soy invisible?
¿Quién fue cadáver tan temible
como para intimidarme simple
y complejo?
Madre,
mi muerte merecían,
pero en cambio, les dejo
mi clima y agonía.
IV
Los órganos se los pueden quedar,
solo dejen al océano llegar
a la costa.
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[C]Escuché a mis latidos morir en silencio,
[C]esperando en un recinto solitario, bermejo, podrido.
[C]Los](https://image.staticox.com/?url=http%3A%2F%2Fpm1.aminoapps.programascracks.com%2F9356%2Fa013fcc0d9b606bbcfabce429be40d8e960e2c26r1-180-90v2_hq.jpg)
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Me estoy forrando
Díganle a Adriel que vuelva