Participación Hogwarts Letter.

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Me desperté en la penumbra de mi habitación. Al abrir los ojos, no quería creer que estaba despierta, de nuevo.

No eran buenos tiempos para mí.

Todo en lo que creía como mi soporte había empezado a caer, lentamente, sobre mis espaldas. Cada vez veía menos a mi padre, ese hombre que siempre había llenado mis días de luz y esperanza, se había ido alejando despacio y en silencio, como un fugitivo que no quería hacer ninguna clase de ruido que pudiera ser un indicio para ser descubierto.

Me quedé mirando al techo, pensativa. Por desgracia, a pesar de ser tan joven, le daba muchas vueltas a todo. Me quedaba mucha vida por delante, pero el brillo de mis ojos se había extinguido.

Era un día normal, un domingo rutinario que sabía agridulce por su cercanía al lunes. Tras un rato de pensamientos inconclusos, conseguí -todavía no sé cómo.- las fuerzas para levantarme de la cama.

Durante unos segundos, observé el espejo y le sonreí a mi reflejo, para después salir de mi habitación e ir hacia el recibidor, a coger la correa de mi perro para pasear al animal que había aminorado un poco mi dolor.

Una vez allí, vi que el reloj marcaba las 07:43 am. Aún con sueño y con la ropa del día anterior, salí de casa con mi perro durante 10 eternos minutos. El día era claro, tan solo un par de nubes blancas cubrían el azul celeste de aquella mañana. Los pájaros y pequeños insectos eran los únicos que me acompañaban en aquel paseo, el mundo parecía seguir dormido aquella mañana de fin de semana.

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Al volver a casa, mi madre ya estaba despierta, aunque mi hermano dormía. Ella estaba preparando el desayuno para todos, como cada domingo desde la separación.

Me senté en el comedor, sin muchas ganas. Allí, había cartas desparramadas por toda la mesa, como si alguien se hubiera entretenido en buscar una en específico.

Entonces la vi. En ese momento, no sabía que era, pero llamó mi atención de inmediato. El sello, el sobre, la letra. Todo parecía estar llamándome... Pero supuse que no debía abrirla. No me había parado a leer a quien estaba dirigida, por lo que pensé que serían cosas de adultos y dinero.

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Mi madre llegó, dejando el desayuno en la mesa grande del comedor. Al verme mirando las cartas, me sonrió emocionada y por un momento tuve la certeza de que estaba tratando de reprimir las lágrimas de emoción.

Entonces mi padre entró en casa. Me sentía confundida, pero ambos me miraban con cariño y ternura. Él se colocó al lado de mi madre mientras ellos dirigían su atención hacia mí, expectantes.

-Abre la carta, cielo. - dijo mi madre alentándome.

Yo ya comenzaba a sentirme ligeramente nerviosa, que ambos estuvieran juntos y tan felices por una carta me desconcertaba, pero la abrí.

Mis pequeñas manos tuvieron complicaciones a la hora de abrirla. Temblaban con indecisión e inseguridad.

Entonces la comencé a leer mentalmente, pero mi padre pidió que lo hiciera en voz alta, así que eso hice.

Una difusa imagen mental comenzaba a formarse en mi mente, aunque no tenía claro sobre qué. Mi abuela paterna siempre me había contado cuentos fantasiosos sobre Hogwarts, criaturas, profesores.

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Pensé que la carta se trataba de una broma, ya que ambos conocían el amor que sentía por las historias de mi abuela.

Fue algo en los ojos de mi madre lo que me hizo entender que no se trataba de ninguna broma y esa mirada fue más creíble que ninguna palabra o frase jamás pronunciada.

Me levanté desconcertada, sin decir palabra. Mi cabeza se llenó de dudas, pero mi alma no podía hacer más que ser plenamente feliz, como hacía años que no lo era.

Aquel día, mi padre no dejó de contarme maravillas sobre Hogwarts y sobre su casa, Slytherin, de la que estaba realmente orgulloso. Me explicó que era un mago y durante todo el día, yo sentí que estaba soñando.

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Mi madre, en cambio, no habló mucho sobre ello. Estaba feliz por mí, pero mi padre me explicó que ella era lo que los magos conocían como "muggles", personas sin cualidades mágicas.

-¿Eso es malo, papi? - pregunté, curiosa.- ¿Es malo ser muggle?

Mi padre me acarició la cabeza y miró a la mujer que me había dado la vida, con quién había compartido 12 años de matrimonio. Su voz se impregnó de dulzura cuando me contestó, pero no me miraba a mientras hablaba, sino a ella.

-No, cariño. No es nada malo. Todos somos como somos, no hay ningún problema en ello. Además, tu madre no es maga, pero sabe más de la magia que mucha de la gente que vas a conocer en tu vida. Porque ella entiende de magia real, de amor, de dulzor, de vida. Y no debes jamás anteponer un estatus de sangre a eso.

Me dijo con seriedad. Yo me fijé en él mientras hablaba, ya que cada palabra parecía guiar a la siguiente con mano de artesana, fue un discurso no pensado, pero real. Sabía que ese era el pensamiento adecuado, por lo que les sonreí a ambos.

Los días pasaron en un suspiro, sin dejarme tiempo a reaccionar. Estaba completamente aterrada, pero más alegre que nunca.

Recuerdo perfectamente el día que fui a comprar mis útiles escolares con mi padre, al Callejón Diagon. Todo allí parecía tan diferente, las cosas simplemente fluían. La gente se movía de un lado para otro, comprando todo lo que necesitaban, mientras yo les observaba.

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Luego compramos los libros, la varita y quién sería mi compañía en Hogwarts, una pequeña rata que supo ganarse mi corazón con solo mirarme.

Yo me fijaba en cada detalle, temerosa de estar volviéndome loca y viviendo en una fantasía,pero supe que no en cuanto tuve mi varita en la mano.

Jamás podría describir ese sentimiento. Todos mis sueños se hacían realidad a la misma vez y supe que había estado incompleta todos aquellos años sin mi varita.

El resto de días hasta mi llegada al castillo, los pasé leyendo sobre él, sobre sus criaturas, sobre todas las asignaturas. Cada día me levantaba con ganas de aprender sobre el sitio que iba a ser mi casa durante años, así que eso hice.

La despedida con mis padres fue algo dura. Aún era una niña y los nervios no ayudaban para nada, necesitaba la compañía de mis referentes adultos. Aún tengo presente en la piel, como un recuerdo de esos que se tatúan en el alma, el último abrazo a mis progenitores.

Jamás había sentido una tristeza tan fría, pero tampoco una felicidad tan abrasadora.

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Fui de las primeras en montar en el tren, así que me senté en un vagón vacío con uno de los libros sobre mi regazo y mi equipaje cerca.

Poco a poco, el tren se fue llenando. A mi lado, se sentaron tres personas más, dos chicos y una chica. Pasé hablando todo el camino con ellos, al principio solo con monosílabos por la vergüenza y con el paso del tiempo las palabras encajaban solas en cataratas de emociones.

Cuando llegamos a Hogwarts, un millar de mariposas intentaban destrozar mi estómago. El lugar era increíble, majestuoso y enorme, pero a la vez daba la sensación de humilde.

No me alejé de la gente del tren, creo que ese es el único motivo por el cual no me perdí. Había alguien guiándonos, pero yo estaba tan maravillada que apenas escuché sus indicaciones.

Cuando entramos en el Gran Comedor, sentí una nueva explosión en mi corazón. Todo allí indicaba cercanía, hogar.

Tras el discurso del director, comenzó la ceremonia de graduación. Mi mente se desconectó levemente al centrarme en escuchar mi nombre, pero no me llamaron la primera, ni mucho menos, así que se puede decir que me distraje.

Cuando "desperté" de mi trance, me quería morir de la vergüenza. Fue uno de esos momentos "Tierra, trágame" que salían en las revistas muggles adolescentes que solía leer.

Me habían llamado más de una vez. Lo noté por el tono de voz con el que lo hicieron y porque los que sabían mi nombre me alentaban a caminar.

No podía perder más tiempo, así que me acerqué con paso decidido. Un tropezón casi hace que caiga de bruces contra el suelo, pero conseguí estabilizarme antes de caer y seguí caminando con la cabeza en alto.

Cuando me senté, las imágenes de los emblemas de las casas pasaron por mi cabeza.

¿Sería Slytherin, como mi padre?

¿Tal vez Ravenclaw, como mi abuela?

Tras unos segundos de incertidumbre, el sombrero profirió:

-¡Hufflepuff!

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Aquella sola palabra consiguió estabilizar la balanza de emociones buenas y malas decantandola, por fin, hacia uno de los dos extremos, la bella y pura felicidad.

Era una tejona. Conocía su historia y sus valores por aquellas historias, así que un orgullo se apoderó de mí mientras caminaba, con lágrimas pero sonriente, hacia la mesa de aquella casa que ya tenía mi alma a su disposición si hacía falta.

Es cierto, el miedo a lo desconocido nubló cada atisbo de certeza en mi psique, pero sabía que los mejores años de mi vida iban a comenzar en ese momento.

Puedo decir, completamente orgullosa, que no me equivocaba.

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¡Hola! Espero que os haya gustado el relato. A cada palabra que escribía, sentía la emoción de la niña potterhead que fui y no he podido evitar sentirme plena mientras desnudaba este pedacito de alma ante vosotros. Suerte a todos los que vayan a participar.

Aplicaciones utilizadas: Pinterest y Canva.

#Hufflepuff