Stephen {Parte I}

Capítulo 21: El Acontecimiento

Nadie cuestiona que Stephen sea inteligente, pero prefiere que la gente lo digan en voz alta, que lo iren de ser posible. Su orgullo puede ser su punto débil, incluso cegar la verdad.

Se creía demasiado bueno para permanecer en su pequeña ciudad y la abandonó; pero no creía que el fracaso, o bien, un trabajo de segunda categoría lo iba a traer de vuelta. VALIS parecía una opción formidable para él y su prometida, si empezaban desde el fondo podrían escalar en la compañía hasta llegar a la cima.

Una Corporación Internacional que se ocupa del avance científico en biotecnología, con buena publicidad e intachable reputación hace pensar que los opositores son más que obsoletos conservadores sin argumento; como la gente de su pueblito.

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Solo que el pueblo tenía toda la razón para desconfiar.

VALIS fue responsable de propagar el virus no solo en su ciudad, sino en el mundo entero usando personas desechables como Stephen y Kate para tener alguien que hiciera el trabajo sucio y posteriormente presuntos culpables qué señalar

Stephen creyó ser más listo que ellos al denunciar a VALIS al Comité de Medidas de Emergencia; una ramificación del cuerpo militar, que sin saberlo, desde el principio fue parte de proyecto.

Mismos que persiguieron a la pareja toda la cuarentena.

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Stephen y Kate vieron infectados morir dentro de la empresa. Encendieron fuego a su laboratorio. Pero escaparon.

Sobrevivieron escondidos varios meses mientras luchaban por encontrar una cura; también imaginaron que la propia empresa tendría preparando un antídoto para mostrar al público como fórmula contra la gripe después de dejar morir a algunos

Pero Katherine era la única dispuesta a arriesgar su vida para salvar a la población de Yaughton. Stephen quería escapar.

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Su último escondite fue en los límites de la ciudad a unos pasos del viejo ferrocarril. No había más que un par de moteles, gasolina, restaurantes, paradas de camiones y desde luego el Bar.

La mayoría permanecen cerrados para evitar el contagio

Kate planeaba trabajar sin pausa hasta tener una vacuna, pero debía buscar materiales aunque fuera en el hospital el pueblo que permanecía clausurado. Stephen se quedó solo en el sótano del viejo Bar sin decirle que había planeado su huida.

El reloj marcaba las 6:07, el último tren saldría a las nueve y media de la noche. Tendría chance para prepararse, buscar a Lizzie y escapar juntos; confiado que tendría mucho tiempo bajó al sótano a descansar, tenía varios días sin dormir.

Pero pasaron horas sin percatarse que era demasiado tarde. Cuando despertó El Gran Acontecimiento ya había ocurrido.

Él jamás escuchó el estruendo, ni vió la Luz en el cielo.

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El único ruido que despertó Stephen fue el caos absoluto que se generó en el ferrocarril; patrullas, ambulancias, hasta los bomberos de el condado próximo acudieron al terrible incendio.

No se percató realmente qué hora era pero ya había oscurecido. Entró el pánico por pensar que perdió el tren y también a Lizzie. Antes de siquiera levantarse de su lecho volteó a ver su celular.

Lizzie grabó un mensaje de voz para él.

^Querido Stephen. No sé si llegarás a escuchar esto... supongo que has decidido quedarte con Kate, o quizás combatir el virus, no te culpo por eso. Pero ya no te puedo esperar. Debí haberme ido hace mucho tiempo, ya me quedé sin excusas para quedarme. Espero que encuentres la paz que necesitas... te amo^

Cuando pudo ponerse los zapatos y salir del bar pareció que una bomba había explotado en frente de sus propios ojos. El fuego y el humo se levantaban devorando parte de la estación del tren.

Habían evacuado a los pasajeros que esperaban en el andén hacia la calle, muchos lloraban la pérdida de sus seres amados.

—¡Oiga, oiga, disculpe por favor! ¿Qué pasó aquí?–Stephen le preguntó a un bombero.

—@#%*!!! ¿Acaso estaba dormido? El tren chocó poco antes de llegar a la estación–declaró el bombero.

—¿Un accidente? ¿Entonces no fue un ataque aéreo?–dijo él.

—¿Pero qué le pasa? Debe ser un chiflado ¡Nadie pudo abordar el tren, Se salió de la vía!–gritaba furioso el hombre.

—No lo entiendo. Entonces ¿Por qué la gente grita con tanta desesperación?– preguntó Stephen.

—¡Averígüelo usted mismo! Imbécil–regresó a combatir el fuego

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Las cosas No cuadraban para nada. Stephen sabía que el virus era prácticamente un arma biológica; supuso que estallaría la guerra por todo el país, por eso planeó escapar.

Por el accidente del ferrocarril pensó que había heridos o incluso muertos. Volteaba a todos lados mientras intentaba marcar el número de celular de Lizzie.

—Si el tren no llegó a la estación, quiere decir que Lizzie debe estar por aquí entre estos pasajeros–habló en voz alta consigo

Cambiaba por el estacionamiento cuando puso la mirada a un auto, tenía las luces encendidas y la puerta abierta.

Al acercarse se percató de algo imposible.

No estaba el conductor pero sí estaba su camisa, el pantalón, los zapatos, toda la ropa seguía en el asiento y las llaves en la marcha. Había ropa de mujer en el asiento del acompañante.

Atrás estaba una silla de bebé vacía excepto por la ropita y el biberón; había también un bastón y dentadura abandonados al igual que las ropas de una anciana. Mientras que en medio estaba la ropa de un niño y su camión de juguete.

—(¿Qué diablos pasó con ésta familia? Sus cosas están aquí pero ellos se han ido... ¿fueron evaporados?)–pensaba Stephen.

Puso atención a las personas gritaban. Había muchos casos más

Una joven va gritando por su mamá. Un esposo cae al suelo pues perdió a toda su familia. Una mujer llora inconsolable por su bebé al lado de una carreola vacía.

Volteó a mirar al piso y en efecto había ropa por todas partes, las gentes habían desaparecido alrededor de toda la calle.

Sin la remota idea de lo que estaba ocurriendo Stephen entró a la estación de tren pero ya no quedaba nadie. Brincó los torniquetes hacía el andén, de nuevo vió más ropas abandonadas junto a las maletas y todo el equipaje de los desaparecidos a la luz del fuego.

Marcó el celular de Lizzie una vez más y claramente lo escuchó sonar a la distancia. Buscó y buscó hasta que vió el teléfono tirado en el suelo junto a las dos maletas.

Stephen se arrodilló llorando al observar un vestido verde, el atuendo favorito de Lizzie, también se había esfumado. Entonces él alzó la mirada al cielo y con todas sus fuerzas gritó:

¡¡¡Elizabeth, ¿A Dónde te has ido?!!!

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Continuará...