¿Cómo pudiste, alma sin piedad,
tomar mi pecho como un simple juego?
Con promesas de eterna claridad,
sembraste en mí un espejismo ciego.
Mis ilusiones, frágil cristal,
en tus manos danzaron sin recelo.
Te entregué mi sentir más esencial,
mi fe sincera, mi anhelo más bello.
Creí en tus ojos, faros de bondad,
en tus palabras, música serena.
No vi la sombra de la falsedad,
la burla cruel que mi destino llena.
Jugaste al dueño de mi despertar,
al arquitecto de mis dulces sueños.
Y ahora, solo queda un frío lugar,
un eco amargo de tus vanos empeños.
¿No sentiste el latir de mi querer?
¿No viste el alma que ante ti temblaba?
¿Cómo pudiste así desconocer
el tesoro de amor que te entregaba?
Hoy mi corazón, herido y maltrecho,
se pregunta la cruel razón de esto.
¿Fue acaso un capricho, un vil despecho?
¿O es que tu alma no conoce el afecto?
Las lágrimas resbalan sin cesar,
dibujando un sendero de tristeza.
Y en la memoria vuelve a resonar:
¿Cómo pudiste con tanta ligereza?


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