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La lucha por la memoria de Daniela, la joven trans que quisieron “curar” en un convento
Salió del armario a los 14 años y fue internada a los 15 en un monasterio donde presuntamente la medicaron como parte de unas terapias de conversión'
Su familia la desterró, acabó en la calle y se quitó la vida a los 22 años. En su lápida figura su nombre y fotos anteriores a la transición, y ahora sus amigas han iniciado una lucha por su dignidad

Daniela, conocida como Kendall, en una imagen cedida por sus amigas
Daniela moría cada mañana al despertarse. Sus padres le decían que tenía "un demonio dentro", la llamaban Juan, la obligaban a vestirse como un chico y presuntamente la llevaron a un convento para medicarla. Para 'curarla'.
Daniela (Kendall para sus amigas) era una mujer trans que acabó quebrada en un convento donde presuntamente se aplicaban terapias de conversión sexual. Con 14 años salió del armario, y de ese “pecado” comenzó su infierno. A los 15 entró en aquel monasterio, a los 17 acabó en un centro de menores desterrada por su familia. El 17 de abril de 2022, a los 22 años, se quitó la vida en Santander. Hacía años que sus padres, que ni la entendían ni la aceptaban, la habían echado de casa y no le hablaban.
Sus restos yacen en Aspe (Alicante) en una lápida con una foto previa a su transición en la que pone "Juan", un nombre que siempre rechazó y que se cambió en el registro civil de Madrid. Sus amigas han iniciado, junto a la asociación Euforia Familias Trans Aliadas, un proceso contra las istraciones por su dignidad y memoria. "Es aberrante. Es un monumento a su sufrimiento", lamenta su amiga Alana. El objetivo es que en la lápida de Daniela ponga Daniela.

La casa madre
Pedro conoció a Daniela en el convento de Ruiloba (Cantabria). Era 2015 y ella tenía 15 años. El edificio se usaba presuntamente como 'casa madre' de una red de terapias de conversión sexual para "curar" a jóvenes gays, lesbianas o trans, según han narrado varias víctimas a este diario y figura en una querella interpuesta contra la entidad llamada "Es Posible la Esperanza".
Allí Daniela no era Daniela. Era Juan. Vestía como un chico, la obligaban a hacer trabajo físico y rezar varias veces al día y los sábados tenía partido de fútbol como parte de esa supuesta "terapia". A pesar de ser menor de edad vivía constantemente medicada con antidepresivos o inhibidores de la libido, según explican Pedro, Xavi o Mario, tres de las víctimas que coincidieron con ella en aquel martirio.
"La medicaban mucho, a ella y a más gente. Había días que no se podía levantar de la cama hasta las 11 de la mañana por todo lo que llevaba encima", narra Xavi. Asegura que Daniela se autolesionaba y tuvo varios intentos de suicidio en el convento, sin recibir tras ninguno de ellos asistencia médica especializada. "Ella no paraba de decirnos 'quiero ser mujer y no me dejan", recuerda Xavi.

El difícil camino
Daniela estuvo en varios pisos tutelados para menores y acabó en la calle en varias ocasiones. Su amiga Alana explica que quería estudiar un Grado Medio de Estética y que echó su currículum en bares y tiendas, pero nunca la contrataban; "cuando veían que era trans la descartaban".
Fue entonces cuando, al no tener alternativa, empezó a prostituirse. Estuvo así varios años como única manera de sobrevivir en Madrid, ciudad a la que se mudó. "Aún entonces no perdía la esperanza de hacer modelaje y se apuntó a cursos para ver si podía ser contratada en otra cosa, pero tuvo mala suerte", cuenta Alana.
Aunque la familia de Daniela ya no le hablaba, ella seguía llamando. "Le dijeron que siempre podía volver a casa como Juan, y ella nunca aceptó. No concebía vivir una vida que no fuera la suya", cuenta Alana, que la describe como un persona extraordinariamente luchadora. Pero tantas caídas le hicieron perder fuerza.

Sin embargo, pese a ser la familia elegida de Daniela, Alana no es nadie para el ordenamiento jurídico y sólo los padres de Kendall, que la rechazaron, pueden poner una denuncia para pedir una reparación de su honor, algo que varios abogados especialistas en derechos Lgtbi califican de un "absurdo jurídico".
El estado del odio
La historia de Daniela no es solo la de una joven rota por el rechazo, sino también la de una sociedad que aún permite que existan espacios donde se intenta “corregir” la identidad de quien disiente. La Federación Estatal LGTBI publicó recientemente su informe “Estado del odio LGBTI 2025” en el que advierte que las agresiones verbales a personas del colectivo se han duplicado en el último año, y que una de cada cinco personas encuestadas había sufrido acoso.
La discriminación en ámbitos como el empleo o la vivienda alcanza aún al 25 % del colectivo, y especialmente a las vidas trans. El salto ás alarmante se ha dado en las agresiones, que pasaron de un 6 a un 16 % en un año. Paula Iglesias, presidenta de la Federación, advirtió que “nos enfrentamos a una normalización alarante del odio, amplificada por discursos políticos que legitiman la violencia simbólica y allanan el terreno para la violencia física”
El nombre de Daniela, borrado de una lápida, es ejemplo de muchas otras personas trans que siguen siendo expulsadas de sus casas, de sus escuelas y de sus futuros posibles. Las terapias de conversión —prohibidas en apariencia, toleradas en la práctica— siguen dejando huellas invisibles y profundas, especialmente en las vidas trans, que a menudo caminan sin red, sin familia y sin un Estado que las abrace. La memoria de Daniela no es un recuerdo: es una advertencia. Y también una llama.
Comments (2)
Pobre chica
Intentaron hacerme algo parecido para cambiar mi orientación sexual cuando salí del closet con el psiquiatra a los 18 años, pero logré escapar.
En realidad deberíamos hablar de estas cosas porque la mayoría de la gente no sabe que existen.
Afortunadamente yo puedo ocultar mi orientación sexual, pero una persona trans no puede ocultar su identidad de género.