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Derek nunca fue un buen hombre. Pero eso tampoco significaba que alguna vez tuviera la oportunidad de serlo.

Nació en un hogar roto, aunque él nunca lo aceptaría. Su madre desapareció de su vida cuando apenas tenía cinco años, dejando tras de sí solo un recuerdo borroso y una ausencia que se volvió costumbre. Su padre, un hombre de manos pesadas y pensamientos pequeños, se encargó de moldearlo a su imagen y semejanza: intolerante, arrogante, frío. Un hombre no llora. Un hombre toma lo que quiere. Un hombre no se doblega.

Derek escuchó, aprendió y repitió.

Con apenas trece años, ya se había hecho amigo del alcohol, y el tabaco no tardó en seguirlo. Para los diecisiete, las fiestas eran su hogar, las mujeres su distracción, y su reflejo en el espejo, su única compañía constante. Se veía bien. Se sabía encantador. Jugaba con sonrisas y promesas vacías, y cuando se aburría, simplemente pasaba a la siguiente. No debía nada a nadie.

No llegó al circo por un trato incompleto como los demás. No, lo suyo fue mucho más... Irónico, una coincidencia desafortunada.

Fue una noche cualquiera, otra conquista en la mira, otra sonrisa engatusada en el bar. Ella era diferente, sí, pero todas lo eran a su manera. Sus palabras eran seguras, su postura imponente. Derek, en su arrogancia, no vio las señales.. Hasta que dijo las palabras equivocadas a la persona equivocada.

Ella no era como las otras. Derek no lo supo hasta que fue demasiado tarde, Onix no era una mujer cualquiera. Era algo más. Algo peor. Y Cuando despertó, el mundo era diferente. Su cuerpo no era carne, sino madera. Sus manos ya no temblaban con el resquicio del alcohol, sino que eran rígidas, articuladas, como las de un títere. La resaca era reemplazada por un vacío en su mente, sus recuerdos hechos astillas, su vida pasada reducida a un eco sin forma.

Onix lo había transformado. Se había reído de él, de su orgullo, de su masculinidad tóxica y su ego inflado. "Magnus", le llamó. Un nombre de grandeza, de poder. Pero en su boca, era solo una burla.

Antes domaba mujeres con su lengua afilada y su encanto falso. Ahora domaba leones con látigos y cadenas. Pero no cualquier tipo de león. No criaturas majestuosas de carne y sangre, sino bestias esqueléticas, marionetas de hueso en el circo maldito de Onix.

Y Magnus, con toda su altivez, con todo su ego inmortal, siguió adelante. Porque nunca itiría que había perdido.

El tiempo en el circo no lo cambió. Su ego seguía intacto, aunque ahora era una sombra de lo que fue. Y, como si el destino jugara con ironía, encontró a alguien dentro de esa prisión de risas y espejismos. Taffy. La muñeca de porcelana que, por un momento, fue suya. Pero ella vio más allá. Vio lo que él era, y lo dejó atrás.

Tal vez fue lo mejor. Tal vez Magnus nunca cambiará. O tal vez su castigo es seguir creyendo que no necesita hacerlo.

Porque al final, la madera puede resistir el fuego... pero nunca deja de arder.

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Yey! nuevo OC <3

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