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ONLY STAR | 8 "Una vida antes."

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───        ▭▬▭ . . .      :bangbang: お                    〴⋋_⋌〵

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﹏﹏﹏﹏﹏﹏                        dylan writer ★

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ADV: El siguiente capítulo contiene algunas

partes donde se hace referencia a una mala

crianza hacia un menor de edad.   Si eres

sensible, te recomiendo no leerlo. Queda

bajo tu responsabilidad.

"Mentes pequeñas pueden albergar grandes infiernos."

ONLY STAR | 8

La vida era tranquila. El pequeño Cedric se encontraba en la casa de su abuela mientras su padre buscaba trabajo. Su vida no era del todo mala, o al menos un niño de ocho años no identificaba las precariedades en las que su familia se veía obligada a vivir. Aun así, y a pesar de las circunstancias, él era capaz de ver lo bueno en la vida.

Solía ser un grandioso lector a su corta edad, tal vez porque era su única fuente de entretenimiento y también porque los libros lo hacían escapar de todo.

El niño no tenía muchos amigos, más que uno, que solía sentarse con él a desayunar apenas sonaba el timbre del descanso. Su vida no era triste, pero no podía negar que muchas veces se percataba de ciertas circunstancias que lo hacían pensar más como un adulto que como un niño de su edad, que solo debería preocuparse por hacer su tarea o jugar.

—Cedric, ¿podrías ir a la tienda y comprar un tomate pequeño? —le dijo la mujer, acercándose para darle unas cuantas monedas.

El niño asintió y partió hacia la tienda, que estaba a unas calles de su casa. En su camino vio aquel parque repleto de niños, como si fuera lo más cotidiano ver ese lugar siempre lleno. Cedric entró a la tienda y compró el tomate. Miró algunos dulces, pero solo pagó el tomate y salió.

Su abuela no estaría contenta si usaba el dinero restante en un dulce.

El niño daba pequeños saltitos por la calle sin percatarse de la presencia de una niña con la que inevitablemente chocó, haciendo que ambos cayeran. Un pequeño sollozo salió de la boca de la niña, lo que asustó al niño.

—¿Estás bien? ¿Te hiciste daño? ¿Puedo ayudarte…? Lo siento —dijo con clara preocupación mientras la ayudaba a levantarse y sacudía su vestido de flores.

La niña solo asintió un poco, acomodando una de sus mangas y sobándose las manos.

—Sí… me duelen las manos —murmuró con voz débil, que tuvo más impacto del que el pequeño Cedric hubiera imaginado.

La niña sollozó un poco más antes de que su madre llegara por ella y la apartara de Cedric.

Una mirada de desaprobación de la mujer fue suficiente para hacerle saber su lugar. No era la primera vez que las personas tenían esa reacción, y no sería la última.

Ese fue el primer encuentro de ambos, un pequeño accidente que cambiaría la forma en que Cedric veía el mundo.

Avergonzado, el niño se estuvo disculpando por más de media hora, aun cuando él también había salido lastimado.

—Debo ir a mi casa… lo siento. Mi abuela me va a regañar —dijo Cedric, tal vez al aire o a sí mismo, ya que la niña había sido llevada por su madre lejos de él.

Miró la bolsa donde el tomate yacía hecho un puré. Tenía muy claro que, sin duda, lo regañarían y castigarían. Sin más, corrió a su casa sin mirar atrás.

El pequeño entró a su hogar con el corazón palpitando demasiado, las rodillas raspadas y el pantalón sucio.

Al menos no lo había roto. Se revisó para asegurarse de que no se había dañado más aparte de ensuciarse. Grande fue su sorpresa al ver que el pantalón estaba intacto. Eso era una buena señal: era el único que tenía.

Tímidamente, Cedric entró a la cocina y se acercó a su abuela, jalando ligeramente la falda de esta.

—Mamá Naida… —murmuró, extendiéndole la bolsa con lo que quedaba del tomate.

La mujer la tomó y, con un gesto de confusión, miró a su nieto. No dijo nada y solo le hizo una seña para que saliera de la cocina. La ansiedad del niño fue grande y caminó en silencio hasta aquel rincón donde solía ser puesto cuando hacía algo mal.

ONLY STAR | 8

—¿Qué hizo qué? William, ven aquí —llamó su padre con un tono claramente enojado.

Cedric, con delicadeza, separó su espalda de la pared donde había permanecido de pie durante algunas horas. Se acercó a su padre con la mirada agachada y esperó a escuchar lo que fuera que este dijera.

—¿Cuántas veces te he dicho que no debes correr por la calle? ¿Cuántas?

El hombre, enojado, tomó al niño de un brazo y lo sacó al porche delantero.

—A ver si de esta manera aprendes.

La puerta se cerró y el niño sintió sus ojos llenarse de lágrimas. Caminó a un costado de la casa y se sentó en el pasto. La vida había cambiado mucho desde el fallecimiento de su madre, aquel incidente que le había costado la vida a ella y a su aparente amante, un joven que trabajaba junto a ella.

El pequeño aún no entendía lo que era la muerte. Apenas había podido presenciarla con la pérdida de su querido gato, el que su mamá le había regalado y que había fallecido a manos de unos niños crueles. Su mente no comprendía por qué su mamá lo había abandonado, y sin duda, la culpa de su engaño a su papá recaía en su conciencia. Creía que todo había sucedido por su culpa, y por eso su padre no lo quería.

El niño permaneció golpeando sus piernas. Aún no sabía regular sus emociones, por lo que su tristeza se manifestaba como un enojo enorme, aquel que lo hacía meterse en problemas sin saber que, en realidad, era tristeza disfrazada de ira.

:copyright:

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