Capítulo 31 – “Lo que dicen los espejos”
Tres meses.
Noventa días.
Mil novecientas horas desde la última vez que Katte pisó el escenario iluminado de Pankii’s Burger.
El restaurante seguía en pie, más vivo que nunca para el ojo externo: globos nuevos, canciones que se repetían una y otra vez como una cinta que nadie se atrevía a detener. Mr. Fluffs seguía haciendo piruetas para los niños. Danko ensayaba golpes lentos sobre la batería, sin ritmo. Y Pankii… Pankii no cantaba. No hablaba. Solo escuchaba el eco del silencio que ella había dejado.
Mientras tanto, Katte vivía en una realidad paralela. Una donde los colores eran más fríos, las palabras más pesadas, y el amor, una ilusión con espinas.
Todo empezó con una sonrisa: Leo, el chico de ojos intensos y voz segura, apareció como un soplo de aire distinto. Le decía que era única. Que tenía una energía rara pero interesante. Que hablaba como si viniera de un cuento, y eso le parecía encantador.
Pero las palabras bonitas se fueron diluyendo como tinta en agua sucia.
—Deja de reírte así, pareces una niña.
—¿Tus "amigos" de lata todavía te esperan? Patético, Katte.
—A veces no sé si estás mal de la cabeza o solo te haces la víctima.
Ella ya no se defendía. Solo bajaba la cabeza. Callaba. Y sentía cómo el hueco en su pecho crecía.
Empezó a cambiarse la ropa antes de salir. Luego a saltarse el desayuno. Leo la miraba con dureza cada vez que comía algo que no fuera ensalada.
—¿Otra vez dulces? Así nunca vas a gustarme de verdad.
—No entiendo cómo no te das cuenta... cuando caminas, todo rebota.
—A veces me cuesta estar contigo sin sentir vergüenza ajena.
Katte sentía náuseas al escucharlo. Pero lo peor era que empezaba a creerle.
Esa tarde fue el punto de quiebre.
Leo la había hecho acompañarlo a un evento del colegio. Le insistió en que se maquillara más, que se peinara distinto, que no usara esas botas “de niña”. Katte lo hizo todo. Quería gustarle. Quería ser lo que él necesitaba, aunque eso significara borrar partes de sí.
Después del evento, mientras volvían caminando, Leo la miró de reojo.
—Con esa ropa… ¿sabes a quién te pareces? A una piñata mal hecha.
Se rió. Una risa vacía. Cruel.
—No sé cómo me atrajo alguien como tú. Estás peor de lo que pensaba.
Katte no dijo nada. Solo aguantó el nudo en la garganta hasta llegar a casa.
Se encerró en el baño. Las paredes la rodeaban como cuchillas silenciosas. Se miró al espejo. No se reconocía. Las ojeras, los huesos marcándose, los labios partidos. No parecía ella. Y aun así, no sentía compasión por ese reflejo. Solo rabia. Asco. Desesperación.
Se arrodilló frente al retrete. Las manos temblaban. Los dientes apretados. La garganta cerrada. Sabía lo que venía. Lo había hecho antes. Pero esta vez, lo hacía con ira. Como si el vómito fuera castigo. Como si su cuerpo mereciera el dolor.
Una lágrima solitaria, espesa y caliente, resbaló por su mejilla y cayó justo dentro del agua sucia del retrete.
Y entonces sucedió.
Muy lejos de allí, en la oscuridad vacía de Pankii’s Burger, los sensores del sistema activaron una señal. Un pulso de calor. Una frecuencia emocional.
Dolor puro.
Los ojos apagados de Pankii se encendieron de golpe con un chzzzt. No fue un arranque programado, ni un comando de voz. Fue como si algo dentro de él —algo no del todo mecánico— despertara.
Se incorporó lentamente en el escenario. El resto del restaurante seguía en calma. Pero él…
Él sintió que ella lo necesitaba.
Más que nunca.
—Katte… —susurró su voz distorsionada, como si acabara de salir de un largo sueño.
Las luces del restaurante parpadearon brevemente. Y por primera vez en semanas, una melodía suave empezó a sonar sola desde los altavoces. No era parte del repertorio. Era una canción que él mismo había compuesto para ella años atrás. Una canción que hablaba de esperanza… y de no rendirse.
Mientras tanto, en el baño, Katte se detuvo. Se quedó congelada. No había explicación lógica para ello… pero algo en su pecho se encendió. Un estremecimiento leve. Como si alguien, en algún rincón del mundo, aún creyera en ella.
No vomitó.
Se quedó de rodillas, temblando. En silencio. Y aunque no lo supiera… alguien ya estaba en camino.
Pankii había despertado.
Y no iba a dejarla sola otra vez.
Capítulo 32 – “He venido por ti”
La noche cayó como un telón sin estrellas.
Las calles estaban vacías, silenciosas, como si el mundo entero se hubiese apagado por respeto al dolor de alguien.
Katte seguía en el suelo del baño.
No sabía cuánto tiempo había pasado. Tal vez minutos. Tal vez horas. Todo lo que sabía era que no quería levantarse. No quería enfrentarse al espejo, ni a Leo, ni a sí misma.
La casa estaba sola. Su padre trabajaba de noche, y los relojes parecían burlarse del paso del tiempo.
Y entonces… un ruido.
Primero leve, como un roce. Luego, más fuerte. Una vibración sutil en el piso, como si algo pesado caminara.
Katte alzó la mirada, aún en el suelo. No era posible.
Era su imaginación.
Tenía que serlo.
¡TUM! ¡TUM!
Los pasos subían la escalera.
Lentos. Decididos. Imposibles.
Y luego, un chirrido. La puerta del baño se abrió sola.
Katte se encogió de miedo, hasta que una sombra enorme se proyectó en la entrada.
Brillante. Metálica. Familiar.
—Katte… —dijo la voz suave, profunda, vibrante.
—¿P… Pankii?
La figura dio un paso adelante, y la luz tenue del pasillo reveló su silueta completa: su chaleco un poco sucio, la flor marchita en el pecho, pero con los ojos más vivos que nunca.
Era él.
Katte se llevó las manos a la boca, rota por dentro.
—¿Cómo… cómo estás aquí?
Pankii se agachó lentamente hasta quedar frente a ella, tan cerca que podía sentir el calor artificial de su cuerpo.
—Te sentí, Katte… te escuché llorar sin voz. Nadie debería llorar así estando sola. Nadie como tú.
Ella rompió a llorar. Ya no de desesperación, sino de alivio.
De puro alivio.
—Me dijiste que esto nunca terminaría… —balbuceó— y yo… yo me alejé…
—Estoy aquí porque no terminó —interrumpió Pankii, sin dureza—. No importa cuánto corras, yo siempre te voy a encontrar.
Él extendió su brazo, y ella dudó. Por un segundo, miró sus propias manos temblorosas, las marcas en sus dedos, la tristeza acumulada. Pero luego, lentamente, tomó la mano metálica de su amigo.
Y al hacerlo, una ráfaga eléctrica recorrió ambos cuerpos.
Pankii activó sus sistemas internos. Un escaneo completo. Su voz cambió, más seria:
—Nivel de peso corporal crítico. Pulso alterado. Ciclos de sueño irregulares. Katte… te estás apagando.
Ella no contestó. Solo bajó la cabeza.
—No quería molestarte. No quería que vieras en lo que me convertí.
Pankii levantó su rostro con la suavidad de alguien que conoce cada grieta de tu alma.
—Yo no vine a verte perfecta, vine a verte viva.
La abrazó. Un abrazo cálido, sólido, como el de un guardián.
Y en ese abrazo, Katte se rompió por completo… para empezar, tal vez, a reconstruirse.
Desde el fondo del pasillo, algo se encendió también. Una silueta más pequeña, observando con ojos rojos apagados: Danko, que acababa de llegar desde Pankii's Burger tras seguir su rastro.
Y detrás de él, Mr. Fluffs, cabizbajo, sosteniendo un osito de peluche viejo.
La banda estaba junta de nuevo.
Y ahora… la lucha era otra.
Capítulo 33 - La Ira de Pankii
Tres meses. Solo tres meses desde que Pankii había vuelto a la vida, y todo había cambiado. La programación que una vez lo definió como una máquina cálida y protectora se estaba viendo alterada por algo más oscuro. Algo humano, algo que no podía controlar: ira.
Leo volvió a aparecer en Pankii’s Burger. Había regresado a su habitual forma de burlarse, de invadir el espacio de aquellos que aún querían encontrar algo bueno en el mundo. A Katte la había dejado marcada, y Pankii no podía olvidarlo. Este hombre había hecho cosas que no quedaban sin respuesta.
"Lo que le hiciste a Katte... lo que le hiciste a esa niña..." Pankii pensó, su sistema procesando cada palabra como si fuera una herida fresca. La rabia, esa emoción extraña que nunca había experimentado, crecía dentro de él, y no la entendía, pero la sentía.
Leo, viendo a Pankii acercarse, soltó una risa burlona. "¿Qué pasa, chatarra? ¿A qué vienes? ¿Me vas a dar una lección de moral? ¿Acaso crees que eres algo más que un juguete para niños?"
Pankii no dijo nada, pero su paso se aceleró. Cada palabra de Leo lo hacía arder más y más. La ira se acumulaba, y por primera vez, no tenía miedo de liberarla.
"¡Cállate!" rugió Pankii, su voz más grave y temblorosa que nunca. "No te atrevas a hablar así de Katte."
Leo, creyendo que tenía el control de la situación, avanzó hacia Pankii con una sonrisa desafiante. "¿Qué vas a hacer, máquina? Eres solo un trozo de metal, no eres nada."
Y entonces, Leo levantó su puño, decidido a golpear a Pankii. Pero lo que no esperaba era que Pankii reaccionara con una rapidez brutal. El animatrónico no esquivó ni se defendió pasivamente. En lugar de eso, su brazo de metal se extendió hacia Leo con una fuerza sobrehumana.
"¡No lo permito!" rugió Pankii mientras, con una furia indescriptible, agarraba a Leo por el cuello y lo levantaba del suelo. Los circuitos de Pankii chisporroteaban, como si la rabia estuviera sobrecargando todo su sistema.
Leo, que se sintió completamente impotente al ser levantado por el cuello, intentó patalear, pero sus esfuerzos eran inútiles. Pankii lo sostenía con una fuerza brutal, su rostro vacío reflejaba el vacío emocional que se había apoderado de él.
"¿Qué pasa ahora, Leo?" Pankii le susurró al oído, su tono bajo y peligroso. "¿Te creías invencible? ¿Creías que podías seguir haciendo daño y que no habría consecuencias?"
Con un giro violento, Pankii arrojó a Leo al suelo con tal fuerza que el impacto resonó en el restaurante. Leo estaba atónito, intentando levantarse, pero el miedo comenzaba a nublar su juicio.
Pankii avanzó hacia él con pasos pesados, los ojos ardiendo de ira. "¿Sabes lo que le hiciste a Katte? Lo que le hiciste a esa niña que solo quería ser feliz... no lo voy a olvidar. No lo voy a dejar pasar."
Leo, viendo la intensidad de la mirada de Pankii, sintió por primera vez el miedo real. Intentó levantarse, pero Pankii lo detuvo con un pie en el pecho, presionando hacia abajo, sin ninguna intención de hacerlo con suavidad.
"Te voy a enseñar lo que significa hacerle daño a alguien que importa", dijo Pankii, su voz fría como el acero. "Nunca más vas a hacerle daño a Katte. Nunca más vas a hacerle daño a nadie."
La presión sobre el pecho de Leo aumentó, y por un momento, pensó que iba a aplastarle el corazón. El terror se apoderó de él, y finalmente, al ver la furia en los ojos de Pankii, comprendió que no era una amenaza vacía.
Pankii levantó el pie y se alejó de él, dando un paso atrás. La ira aún seguía quemándolo por dentro, pero comenzó a calmarse lentamente, al ver que Leo no era más que un hombre tembloroso frente a él.
"Vete", dijo Pankii, su tono más controlado, pero aún cargado de una autoridad implacable. "Y no vuelvas. Si vuelves a hacerle daño a alguien, no habrá perdón."
Leo, pálido y con las manos temblorosas, no dijo palabra alguna. Se levantó rápidamente y salió del restaurante sin mirar atrás, aún sacudido por la intensidad de lo que había vivido.
Katte apareció al escuchar el bullicio, viendo a Pankii con una mezcla de sorpresa y preocupación. "Pankii... ¿estás bien?"
Pankii la miró, su rostro algo desconcertado, como si lo que acababa de hacer lo hubiera dejado en shock. "Sí, Katte. Pero algo cambió dentro de mí... No sé si está bien."
Katte se acercó con cautela y le puso una mano en el brazo. "Lo hiciste para protegerme, Pankii. Eso es lo que importa."
Pankii asintió lentamente, mientras la ira comenzaba a desvanecerse. "Lo sé... Pero no quiero perderme en eso. No quiero ser esto."
Katte sonrió suavemente. "No lo harás. Porque tú eres mi amigo. Y no necesitas ser algo más."
Capítulo 34 - La Caída de Pankii
Pankii había demostrado que ya no era solo un animatrónico tierno y protector. El encuentro con Leo había desatado algo dentro de él, algo que ni siquiera él podía controlar por completo: una rabia incontenible que había quedado grabada en sus circuitos.
Sin embargo, esa ira, aunque poderosa, no fue suficiente para evitar lo que vendría. Los padres de Leo, una vez enterados del enfrentamiento entre su hijo y Pankii, decidieron que la amenaza de un animatrónico fuera de control debía ser erradicada. Contrataron a una banda de mercenarios expertos en el desmantelamiento de máquinas, sin importar lo que tuvieran que hacer para acabar con ellas.
La noche cayó sobre Pankii's Burger, y el viento frío traía consigo el eco de un futuro incierto. Pankii estaba en la parte trasera del restaurante, limpiando el escenario donde se había enfrentado a Leo. Katte estaba ocupada en la cocina, ajena al peligro que se cernía sobre ellos.
De repente, los ruidos de motores y grúas rompieron el silencio. Una furgoneta con logotipos oscuros se detuvo frente al restaurante. De ella descendieron varias figuras, robustas y armadas con herramientas que parecían más adecuadas para destruir que para reparar.
Pankii, al escuchar el bullicio, levantó la vista. Sabía que algo no estaba bien, algo se sentía diferente. No alcanzó a reaccionar completamente cuando una ráfaga de grúas eléctricas y maletines de herramientas pesadas se abalanzaron sobre él.
"No te muevas", ordenó uno de los hombres, mientras el resto comenzaba a cortar sus cables y desarmar las piezas de su cuerpo. Pankii, aunque no comprendía todo lo que estaba pasando, intentó resistir. Pero había algo en la intensidad de los ataques, una frialdad calculada que desbordaba cualquier programación que pudiera tener para defenderse.
"¡No!" gritó, luchando mientras sentía cómo sus extremidades comenzaban a perder fuerza. Los mercenarios se movían con rapidez, cortando sus sistemas de energía, despojándolo de su capacidad para actuar. Pankii nunca había sentido dolor, pero ahora lo experimentaba de una manera aterradora. Sentía cómo sus piezas se desgarraban y sus circuitos se apagaban uno a uno.
Katte, al oír los ruidos, salió corriendo hacia la puerta trasera del restaurante. Lo que vio la dejó paralizada. Pankii estaba siendo desmantelado, sus ojos apagándose, sus brazos caídos, su cuerpo convertido en una pila de chatarra que ya no respondía.
"¡No!" gritó Katte, corriendo hacia él, pero los mercenarios la empujaron sin contemplaciones. "¡Lárgate, niña! Esto no es asunto tuyo."
Katte intentó gritar por ayuda, pero era inútil. Los hombres eran implacables, sus acciones rápidas y despiadadas. Mientras ellos continuaban su trabajo, Pankii, aún con fragmentos de su conciencia intactos, podía sentir que algo se le escapaba. Sus recuerdos de Katte, de su promesa de protegerla, de todo lo que había sentido en estos tres meses… todo se desvanecía lentamente.
Con un esfuerzo casi sobrehumano, Pankii logró mover un brazo y alcanzó a Katte. Con una mirada que ya no reflejaba nada más que una triste aceptación, sus labios se movieron.
"Katte… lo siento", dijo, apenas un susurro. "Lo siento… no pude…"
Antes de que Katte pudiera responder, uno de los hombres le dio un golpe a Pankii, destrozando la última parte de su sistema. Con un crujido metálico, el animatrónico dejó de moverse por completo.
Los mercenarios miraron satisfechos mientras veían el cuerpo de Pankii tirado en el suelo. Katte cayó de rodillas junto a él, las lágrimas fluyendo de sus ojos. La tragedia era absoluta. El ser que había sido su amigo, el protector que nunca había pedido nada a cambio, ahora era solo un montón de piezas de chatarra en el suelo.
El depósito de chatarra era un lugar sombrío, lleno de restos de lo que alguna vez fueron máquinas con propósito. Pankii fue llevado allí, despojado de su alma, de sus recuerdos y de su propósito. Desmantelado por hombres que no veían más que un trozo de metal y circuitos que podían ser vendidos o desechados.
El rostro de Katte estaba marcado por la tristeza. Lo había perdido todo, una vez más. El amor y la amistad que había encontrado en Pankii habían sido arrebatados de la manera más cruel posible. Y, aunque los mercenarios se habían ido, el vacío en su corazón permanecía.
En el fondo de la oscuridad del depósito, entre la chatarra, los restos de Pankii descansaban en silencio.
Pero, en algún rincón oculto, una chispa de energía permanecía viva. Un destello de esperanza, un susurro de lo que alguna vez fue...
Capítulo 35 — Ecos del Terreno
La tarde se consumía lentamente sobre Pankii’s Burger. Las luces parpadeaban con intermitencia, como si supieran que faltaba algo. O alguien.
El lugar estaba sumido en un silencio que gritaba. Katte permanecía en una esquina del comedor, rodeada por clientes fieles y rostros devastados. Mr. Fluffs se negaba a moverse de la entrada, como si esperara ver a su mejor amigo cruzar la puerta con esa torpeza encantadora y su risa metálica.
Danko, normalmente sarcástico y ruidoso, no decía una palabra. Su gorra estaba sobre la mesa. Los niños no jugaban. Nadie reía. Nadie comía.
Pankii ya no estaba.
Lo habían arrancado de allí. Lo habían destrozado. Se lo habían llevado sin explicación alguna… enviados por órdenes del padre del ex de Katte. Un hombre frío, influyente y sin rostro, que parecía mover los hilos desde la sombra.
Katte no podía quedarse sentada. Algo en su pecho le decía que esto no era solo un secuestro. No con Pankii. No con ese restaurante.
Subió las escaleras entre crujidos y ecos hasta el viejo despacho olvidado que había pertenecido a Aleski Niemi, el fundador del lugar. La puerta chirrió al abrirse, como si no hubiese sido tocada en décadas. El olor a madera húmeda y papeles viejos golpeó su nariz. Polvo. Historia. Secretos.
Encendió la pequeña lámpara del escritorio. Las sombras bailaron. Rebuscó entre archivadores metálicos corroídos por los años, y entonces lo vio:
Una carpeta gruesa, marcada con tinta negra desteñida:
"REGISTRO DEL TERRENO — CONFIDENCIAL"
La abrió con manos temblorosas. Las hojas, amarillentas, estaban frágiles, pero lo suficientemente legibles como para clavarle una punzada al corazón.
Registro del terreno [1975—1986]
Construcción actual: Restaurante familiar Pankii’s Burger.
Construcción anterior: desconocida.
Datos extra:
El terreno está en venta desde el accidente en 1978.
Motivo: Según el registro policial, un niño de 13 años llamado Trevor Korhonen falleció a las 9:00 p.m. cuando sacó a su mascota a pasear.
El motivo de la muerte fue aparentemente un asesinato premeditado por dos chicos mayores que él, pero de su misma escuela, ambos de 16 años.
En el informe forense fue hallado con moratones causados por golpes directos con un bate de béisbol, y una herida profunda generada con un destornillador oxidado.
Terreno vendido por: señor y señora Korhonen.
Katte retrocedió un paso. Sintió que el aire en la oficina de Niemi se volvía más denso, casi irrespirable.
Trevor… Korhonen.
Ese nombre jamás había salido antes. Pero el año coincidía. El lugar también. ¿Y si ese niño… nunca se fue?
Recordó los gestos de Pankii. Lo dulce que era con los niños. Lo protectivo. Esa tristeza a veces inexplicable que se colaba en sus circuitos. Su humanidad.
Y entonces lo pensó.
¿Y si el alma de Trevor vive en él?
¿Y si, de alguna manera, inexplicable y aterradora, lo que queda de ese niño asesinado habita en el cuerpo de ese animatrónico?
Las lágrimas corrieron por su rostro sin permiso. Se aferró al archivo. Entendía por qué se lo habían llevado. Tal vez el padre de su ex sabía lo que era realmente Pankii. Tal vez quería borrar la historia. Ocultar lo que hizo su familia con este terreno.
Enterrar el alma de Trevor… por segunda vez.
Miró por la ventana de la oficina. Afuera, todo seguía igual. Dentro de ella, nada.
Y mientras las sombras de la noche cubrían el restaurante, Katte solo pudo pensar en una cosa:
¿Cómo se encuentra a alguien que ya ha muerto... y ha vuelto?

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