Amy avanzó con cautela entre los árboles, su respiración entrecortada mientras sus ojos se adaptaban a la penumbra. La luna llena filtraba su luz plateada a través del follaje, proyectando sombras inquietantes sobre el suelo.
El aullido que había escuchado momentos antes aún resonaba en su mente, helándole la sangre. No podía negar el miedo que la atenazaba, pero tampoco podía ignorar la determinación que la impulsaba a seguir adelante.
Algo se movió entre los arbustos.
Amy se detuvo en seco.
El crujido de las hojas secas bajo el peso de algo grande la hizo retroceder instintivamente, su mano aferrándose con fuerza al mango de su martillo.
—¿Quién… está ahí? —su voz tembló ligeramente, pero se obligó a mantener la compostura.
El viento sopló con fuerza, agitando su falda y su pañuelo rojo. Un par de ojos brillantes se encendieron en la oscuridad, mirándola con intensidad.
Amy contuvo el aliento.
La criatura dio un paso adelante, emergiendo de entre las sombras.
Su corazón se detuvo un segundo.
Frente a ella, bajo la luz de la luna, estaba la bestia de la que todos hablaban.
Era imponente, más alto que Sonic, con un pelaje azul oscuro y desaliñado. Sus garras eran largas y afiladas, y su cuerpo estaba cubierto de músculos poderosos. Pero lo que más la impactó fueron sus ojos.
No eran los de un monstruo.
Eran los de Sonic.
Amy se llevó una mano a la boca, un escalofrío recorriéndole la espalda.
—N-No puede ser… —susurró.
La bestia inclinó la cabeza ligeramente, observándola con una mezcla de curiosidad y… ¿reconocimiento?
Amy sintió que las piernas le temblaban. Todo su ser le gritaba que corriera, pero algo en su interior la obligó a quedarse quieta.
El monstruo gruñó bajo, pero no avanzó hacia ella.
Amy tragó saliva.
—S-Sonic… ¿eres tú?
El erizo lobo se estremeció al escuchar su nombre, como si una parte de él reaccionara a la voz de Amy.
Sus orejas se agitaron, su respiración se volvió más pesada.
Amy sintió un nudo en el estómago.
Tenía que estar soñando. No había forma de que esto fuera real.
—No puede ser… —repitió en un susurro.
Pero entonces, un ruido a su espalda la hizo girarse bruscamente.
Un gruñido, grave y amenazante, se escuchó entre los árboles.
Amy sintió el pánico subirle por la garganta cuando una sombra oscura emergió de la maleza.
Un grupo de Badniks, los robots de Eggman, había salido de su escondite. Sus ojos rojos parpadearon al detectar a Amy y comenzaron a moverse en su dirección, con sus armas listas para disparar.
—¡Maldición! —Amy retrocedió, levantando su martillo.
Pero antes de que pudiera reaccionar, un rugido feroz la hizo estremecerse.
El erizo lobo se lanzó contra los robots con una velocidad impresionante, sus garras brillando a la luz de la luna.
Amy observó con asombro cómo la criatura destrozaba a los Badniks con facilidad, saltando de uno a otro con una furia descontrolada.
Cuando el último robot cayó hecho pedazos, la bestia se giró hacia Amy.
Ella dio un paso atrás, su corazón latiendo con fuerza.
Sonic, o lo que fuera que era ahora, la había protegido.
Pero… ¿por qué?
El erizo lobo la observó un instante más, como si estuviera luchando contra algo en su interior. Luego, sin previo aviso, dio media vuelta y desapareció entre los árboles, dejando a Amy completamente confundida y temblando.
—Sonic… —susurró, viendo la silueta de la criatura desvanecerse en la oscuridad.
Las pruebas estaban frente a ella.
La bestia era Sonic.
Pero la verdadera pregunta era… ¿cómo había sucedido?
Amy se abrazó a sí misma, tratando de ordenar sus pensamientos.
Tenía que averiguarlo.
Fuera como fuera.

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