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Soledad sonora • Escrito ; poema

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Dian 11/23/20
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No tenía caso. La melodía se rompía a mitad de camino entre el terremoto de sus dedos, enfrentándose a la marea de incomprensión que era capaz de eliminar casi al completo su buena visión de la razón. Sacaba alguna lágrima o incluso se ponía las manos en la cabeza. Se limpiaba el sudor, buscaba agua, se movía, se quedaba quieto. Estaba inquieto. El piano le hacía eso. El piano dejaba de sonar bien en cuanto él dejaba de sentirse bien. El piano era su espejo.  

Normalmente se hubiera levantado e ido a dormir, dejando sus notas y versos incompletos en la mesa, a la vez que desamparando al pobre piano de teclas de mármol. Pero esa noche ya había tomado varias copas de vino, por lo que la euforia y ganas eran mayores para quedarse.   

Y volvía el ciclo, día a día. El sentido de hacer y deshacer era la norma en su vida, escribir unas canciones que jamás podría tocar hasta el final, rompiéndolas cuando ya no servían. Casi parecía una metáfora de su vida. Agarraba impulso y estiraba aquellas torres de sus manos cuales agujas confeccionando la más preciada prenda. La marea del continuo hacer y no hacer trataba de alcanzarlo con aquellos fuertes golpes del recuerdo de aquel suceso trágico. Pero la memoria ya había socavado la tan modesta tristeza que se sentaba en los lares del pensamiento, pues hasta llegó el punto en que tocar esas notas para sentir esas emociones era lo que se buscaba. Era la única forma de verla a ella.  

Volvía, otra vez, una y otra vez, la melodía se quebraba pero él seguía, de nuevo, volvía a revivir los momentos a modo de premio y también de castigo. Aquel sonido se enredaba entre la pulcra memoria que había detallado desde hacía meses, inclusive siglos o años. Era un laberinto que sólo él conocía y que sólo lo había conocido gracias a la belleza del piano, de sus sonidos y sentimientos que transmite entre cada segundo de cacofonías sonoras.  

De nuevo. Arriba. De nuevo. Hazlo. Sigue. Vamos…   

La mente, el vino, el sonido, el calor, la tristeza. El cóctel de novedad que relevaría aquella extraña sensación que no le permitía terminar las canciones. Las letras, las notas, los acordes, todos eran una sinfonía en contra de su dolor, un manifiesto del adiós. Y la mente absorbía como esponja las directrices sonoras que expulsaban las fauces famélicas del piano. No importaba cuanto sufrimiento le costara, el sonido lo llevaría al refugio más inhóspito de su pasado, a aquellas tierras lejanas, esas montañas, los reinos, los recuerdos; lo llevaría a su esposa, incluso si supiera que ya no estaría nunca jamás con ella. El licor sería la mejor metáfora para explicar su estado. Se hacía daño por un bien mayor, el del recuerdo, el sentimiento, el fervor, el beso… la compañía.

Mantuvo su buen manejo del piano hasta la mitad de la canción, ya para ese momento había roto en llanto. Seguía ese temblor en sus dedos, la negrura en sus ojos, la vista de tristeza que se hacía palpable en la mirada intensa que manifestaba su cara. Pero no había parado, no aún. Los oídos le retumbaban, sí. La mente estaba por explotársele, sí. El llanto le secaba los ojos, sí. Pero aún no era tiempo, no había llegado aún a aquellas cumbres de la satisfacción a la que en pasado la memoria lo había dirigido. Entonces empezó el canto.

La realidad se ha vuelto neblina  

Y este piano es mi linterna  

La pierna derecha retumbaba inquieta en el suelo, los hombros permanecían tiesos y la postura cual yeso.

La telaraña de mi memoria

Me mantuvo en esta lucha eterna

La gota de sudor caminó discreta por la sien hasta bajar por el cuello, llegando a un punto álgido en la tela de la ropa, siendo absorbida.

Y si esta es la llave para verla

Pues que me acerquen la puerta

Esta magia me hizo pensar que jamás renunciaría a ti

Y que así sea si es por mí.

El pasado se ha vuelto mi corona de espinas.

Ni mi orgullo ni mi dolor,

Sólo lo que representarías.

El trauma socava mis paciencias,

A mi corazón le duele tu ausencia,

Pero no importa siempre que te vea.

Te veo en las cumbres mientras toco este piano

Te veo en tu trono mientras lloro, aquí sentado

Porque siempre que mis manos puedan sostener tu recuerdo

Y siempre que mis piernas puedan seguir a la par del tiempo,

Tu existencia no…

No pudo más. Tuvo que parar. Ya lo había logrado, verla a ella en lo alto de aquella montaña que tiraba desde sus alturas esa ceniza blanca fue lo único que quería. Esa era la recompensa que traía consigo el dolor que él mismo se producía. Sacrificaba sus placeres actuales en pro de la felicidad potencial. Y cuando ya lo había conseguido, caía rendido al piso, lloraba como un bebé desamparado que se enredaba entre sus lágrimas y sus mocos, chillaba de la tristeza, del dolor, del sentimiento de querer hacer una máquina del tiempo para verla de nuevo; pero era imposible. Lo único que le quedaba en aquella noche era el suelo helado que congelaba sus huesos, sus lágrimas de cocodrilo y la desazón de la tristeza.

_____________________________________________

Ya para esas horas su violín había sido empacado en su correspondiente estuche. Ella, como había acostumbrado en distintas ocasiones, pensaba en ir a aquel cementerio en que memoraba la estructura corpórea de su padre, pero la noche ya se estaba acentuando y también su sueño, la práctica había sido extensa en aquella tarde. Tuvo que tomar un atajo e irse en cuanto las brasas de Hotland se calmaron, permitiendo pasar por la calle que llevaba a su casa.

Antes de acostarse, abrió por última vez el recipiente del violín. No por revisar algo o buscar si algo faltaba; no. Era una costumbre de la noche, una tradición de antaño que su padre le había enseñado a modo de ayuda cuando no estuviera. A él le gustaba llamarlo “la canción que amarían los anestesiólogos”, pues decía que la tranquilidad que producía el sonido de un violín en la noche era sólo equiparable al inevitable sueño que producían las anestesias. Como siempre, amaba las símiles pero se le daba mal el humor.

Ella jamás había podido terminar de escuchar la canción que su padre le cantaba de niña, no porque no quisiera oírla o porque la encontrara aburrida, no, todo el contrario, la encontraba tan interesante que sus oídos caían rendidos ante tal belleza auditiva, como si aquel sonido fuere una inundación que ahogaba sus oídos, que los dejaba sin respiración, totalmente desprovistos de cualquier alteración en la ponderante sinfonía rectora de su mente. Por lo que acostumbraba a dormirse, aunque quisiera o no, mientras tocaba su propio violín. Era su antidepresivo, incluso su pastilla mágica para poderse dormir en aquellas noches en que el piqueteo de las ramas del árbol impedían el letargo. Pero esa noche quería ir más allá. Se iba a asegurar de que no se dormiría, de que de alguna forma lograría ir más allá y hallar las notas faltantes que se manifestaban en los lugares más recónditos de su extensa memoria. De esa forma, se disponía a tocar aquella canción mientras cantaba en voz alta para asegurarse de que no estaba dormida, al tiempo que el violín resonaba con fuerza siempre que el arco raspaba con sutileza la cuerda frotada, provocando el más gentil sonido que al toparse con cualquier oído, éste habría de deleitarse.

Esa noche, sin embargo, como muchas otras, aún no iba a tocar, no antes que su amigo, el señor del piano, dispusiera su tiempo para también acompañar su sonata. Ambos tocaban a distintas horas, pero gracias a que un día Noelle tuvo que llegar más tarde a casa, pudo escuchar con suma precisión el sentimiento de agonía, desesperación e ira que se desprendía de aquella melodía del piano. Normalmente, habría querido tocar otra cosa, tal vez incluso a otra hora. Pues casi siempre, aquellos sonidos estorbaban su ensaño nocturno. Más pudo usar ello a su favor: sus melodías encajaban entre sí, eran complementarías. Casi mismas notas, casi mismo ritmo. Ella suponía que no era más que toda una coincidencia, pero próximas visitas al balcón de su casa evidenciaron lo inesperado. Sí se trataba de melodías casi idénticas. ¿Cómo era posible que ambos expresaran las mismas notas de forma distinta? Ambos expresaban dolor, incluso a veces tristeza, pero siempre que llegaban a cerca del final de sus actos, ambos tomaban caminos distintos. El señor del piano se quedaba siempre en las escalas menores, pero un sentimiento de misterio o inexactitud era marcado en aquel final. La niña del violín, como la conocía Asgore, empezaba en escalas menores pero en sus finales quedaba muy marcada una sensación de esperanza, de futuro, de frescura, incluso. Mismas notas. Distintas escalas.

Así eran muchas noches. Practicaban. Caían rendidos en el suelo. Despertaban. Volvían. Un sinfín de ciclos daba vueltas entre sí. Excepto por ese día. Ella se dio cuenta que el señor del piano había logrado ir más lejos, mucho más, de hecho. Y se dio cuenta que en cuanto no pudo más, había caído rendido encima de las teclas del piano, cual saco de papas mal colocado que se estrelló en medio de aquellas teclas. Y en ese día en específico, pudo recordar las notas que faltaban, y también las letras. Como si fuera un mapa que se revelaba ante sus ojos, logró visualizar ante sí todas esas notas, todo eso que quedaba guardado ante la agudeza visual de sus ojos. Y entonces se dio cuenta que ya era hora de terminar aquella melodía que llevaba durante toda su vida practicando, tarareando, balbuceando e incluso, a veces, escuchándola mientras dormía. Era momento de acabar de una vez por todas aquel pensamiento duradero que la acosaba día y noche, mes y año, vida y muerte.

Porque siempre que mis piernas puedan ir a la par del tiempo

Y siempre que mis manos puedan sostener tu recuerdo

Tu existencia no será otra más dentro de esta muchedumbre

Pues aunque tu alma se apague, y nunca más alumbre,

Podré prender el sendero que te dará vida

Que te concederá tus recuerdos

Y una paz digna

¡Que te vaya bien, hija mía!

—Que… que te vaya bien, querida mía—añadió Asgore, quien recién logró levantarse de aquel suelo de mármol.

Que te quieran los cielos, que te amen los mares…

Que la felicidad te lleve

A donde en paz descanses

¡No temas por mí! Teme por aquello que te queda por sentir

Teme por tu futuro, por tu vida

Por tu belleza,

Por tu carisma…

Pues lo que te quedará cuando mueras,

No serán las joyas, ni el dinero

Sólo aquellas personas

Que aún te recordarán

En todos los días, años, meses e inviernos

Pues que sea esta sinfonía

—Lo que te quede mí, por todos los tiempos.

Esa noche de noviembre sería una de las pocas veces en que llegaría a volver a escuchar por completo aquellas notas, aquel sentimiento, ese fervor incandescente que estaba siendo expulsado cual fuego por sus cuerdas vocales. Acostumbraba a no ser imprudente mientras escuchaba a otros compositores, pero era necesario seguir la sinfonía del contrario, terminar aquello que tanto el tiempo como el pasado mantenían encadenado. Por tanto, fue a hablarle desde el balcón.

—¡Señor! ¿Me podría decir su nombre?

No hubo respuesta, por lo menos no en los próximos 20 minutos por los que pasó aquella pequeña mujer en el balcón de su casa, escuchando los llantos y carcajadas que se colaban en las rendijas de la casa, permitiendo escapar a aquellos sonidos. Pero por ese día, tenía que ir a visitarlo. Por suerte, escalar las paredes del castillo era sencillo, la cantidad de asimetría de la pared daba lugar a dichas habilidades cual alpinista. El viento arrastró su pelo y lo llevó hasta las alturas de aquel lugar, hasta llegar al balcón real. Siguió el viento, siguió el sonido, la tierra misma se movía por las pisadas de aquel señor, una y otra vez, de nuevo, todo indicaba su ubicación, todas las cosas peleaban por acercársele, por indicar el lugar en que se tenía que presentar la señorita Holiday.

Y ahí estaba. El Rey Asgore Dremurr. Ni en sus más absurdos e irreales sueños habría pensado que su compañero de canto era aquel hombre, aquel pobre señor al que el tiempo había encarcelado en las cumbres de aquella montaña, donde caía la ceniza de los fuegos artificiales de diciembre, aquel día en que su hijo habría nacido. Ella jamás habría imaginado que quien tocaba con suma delicadeza las teclas de aquel pulcro piano sería alguien de tan grande talla como el rey, como el jefe de jefes, que sentía el dolor de los dolores.

Aún estaba sentado. Sentado en la silla del piano. Se acercó y sentó a su lado, empezó a tocar, a sentir en sus manos las grandes marcas de garras que había dejado en el piano durante tantos años, durante tanto tiempo, aquellas marcas que parecían desapercibidas, como lo eran los huecos de su violín que hasta entorpecían el buen sonar de la música. Pero tocó el piano. Una tecla a la vez. Un momento a la vez. Un recuerdo a la vez. Cogió la mano de su acompañante y la apoyó en la siguiente tecla, sin parar, sin dejar de continuar en aquella guerra interminable de llanto y felicidad, de recuerdo y olvido, de vida y de muerte. Y siguió, la melodía continuó y se filtró por los oídos del reino, como una calma perpetua que se asentaba en las casas, en los barrios, en las calles y ciudades. Aquel día llovería ceniza por el nacimiento de su hijo, aquel día sonarían acordeones a la memoria de su padre, aquel días las emociones, el dolor silencioso, la tristeza incansable, dejarían de ser barreras para convertirse en trofeos, demostrando la valía de ambos, el trayecto majestuoso que ambos recorrieron.

Y desde ese día, sólo desde aquel bello momento en el que sus manos se combinaban para tocar aquel piano, podría decirse que pudo vivir por fin en paz el recuerdo de antaño en que la soledad los mantenía prisioneros debido a su inexistente compañía.

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#MusicWriter

#CatShot

Explicaré este escrito mañana. Lo envio para que no me saquen del concurso.

Los quiero nos vemos luego. Bye.

Soledad sonora • Escrito ; poema-No tenía caso. La melodía se rompía a mitad de camino entre el terremoto de sus dedos, enfre
Soledad sonora • Escrito ; poema-No tenía caso. La melodía se rompía a mitad de camino entre el terremoto de sus dedos, enfre
Soledad sonora • Escrito ; poema-No tenía caso. La melodía se rompía a mitad de camino entre el terremoto de sus dedos, enfre

(La última la capturé en el celular de mi hermano, el mío estaba descargado xd)

Soledad sonora • Escrito ; poema-No tenía caso. La melodía se rompía a mitad de camino entre el terremoto de sus dedos, enfre
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Mira kafer, te voy a matar, sos demasiado bacan para existir.

El escrito me ha conmovido, el principio es como estar en un barco a mitad de una tormenta y el final es como el amanecer de la playa.

Fue como si representaras la desesperación de un náufrago en un mar de dolor y lo escupieras en la tierra de la nostalgia.

Me encanto, la plena, hace mucho que no leo escritos así, es.... algo que realmente me ha llegado y pude sentir verdadera tristeza, pocos escritos llegan a hacer eso.

Ya se que esto no es un análisis de tu esfrito, y solo estoy diciendo lo mucho que me gusto, pero quédate con eso, no estoy calificada para criticarlo   xD

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1 Reply 01/10/21

Me encanta, ahora me iré a llorar :sunglasses: :sparkles:

Adoro como escribiste las partes musicales del escrito, es simplemente magnífico el como haces que una acción tan "simple" como tocar un piano o violin se sienta tan mágico y suave. Es simplemente magnífico.

El como Asgore intenta recordar a su esposa a través del piano sólo me llena de dolor. Es simplemente triste el como se queda estancado en ella y no sigue adelante, igual que la canción.

Asimismo Noelle con lo de su padre. La verdad no me esperé que Noelle participará también en el escrito, pero lo sentí super lindo y fantástico el como ambos terminaron la canción que los tenía estancados. Es una buena forma el como comparar problemas con una canción, es ingenioso y maravilloso a la vez.

En fin, adoré tu escrito. Escribes de una manera tan buena que se siente demasiado rápido el tiempo. ¡Mucha suerte con el concurso! :revolving_hearts: :sparkles:

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5 Reply 11/23/20
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