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La mariquita una historia de miraculous ladybug capítulo 2

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Catnap March 18
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La noticia de la invasión napoleónica se había extendido por toda la Nueva España, encendiendo el fuego de la incertidumbre. En los cafés y plazas, los criollos susurraban sobre su destino, mientras que los españoles reafirmaban su lealtad al virrey. En las calles, los rumores de un levantamiento crecían como una tormenta en el horizonte.

Ximena caminaba por el mercado con la cabeza cubierta por su rebozo. Había salido a hacer un encargo para la señora Alarcón, pero su atención estaba en las conversaciones a su alrededor.

—Dicen que los ses ya gobiernan España… —murmuró un hombre a su esposa.

—Entonces, ¿por qué debemos seguir obedeciendo a un rey cautivo? —susurró ella con miedo.

Ximena sintió un escalofrío. Las palabras de su tío resonaban en su mente: "Cuando un pueblo se da cuenta de que puede gobernarse solo, el dominio extranjero se tambalea."

De repente, un grito rompió la calma.

—¡Perdóneme, mi patrón! ¡Solo dije lo que escuché en la plaza!

Ximena se giró y vio a un campesino arrodillado en el suelo, con las manos levantadas en súplica. Frente a él, un oficial español con un uniforme impecable y un látigo en la mano.

—¿Insinuas que nuestro rey es un títere? —espetó el oficial con desdén.

—¡No, señor! Solo repetía lo que otros decían…

El silbido del látigo cortó el aire y se estrelló contra la espalda del campesino. Ximena sintió un nudo en la garganta. Un golpe más. Otro. La sangre manchó la tierra.

Sin pensarlo, corrió hacia el oficial.

—¡Deténgase! ¡No tiene derecho a castigarlo así!

El hombre la miró con sorpresa y luego con desprecio.

—¿Y tú quién eres para decirme qué hacer, mestiza insolente?

El oficial levantó la mano para golpearla, pero antes de que el golpe llegara, una voz grave resonó detrás de ellos.

—Ximena, ven aquí.

Era don Esteban. Su mirada severa le advirtió que no debía desafiar al español. Con el corazón latiéndole con furia, Ximena dio un paso atrás y dejó que su tío la tomara del brazo.

El oficial sonrió con arrogancia.

—Buena elección. La próxima vez, métete en tus asuntos.

Mientras se alejaban, Ximena sintió su impotencia convertirse en rabia. No podía quedarse callada. No por mucho tiempo.

---

Rodrigo, por su parte, estaba metido en problemas.

El hambre apretaba en los barrios bajos, y los niños huérfanos con los que creció tenían días sin comer. Sabía que el mercado estaba vigilado, pero eso nunca lo había detenido.

Con movimientos ágiles, se deslizó entre los puestos de comida y, con una destreza envidiable, tomó varios panes y unas manzanas. Pero cuando estaba a punto de escabullirse, una mano firme lo agarró del brazo.

—¡Ladrón! —gritó un comerciante.

Rodrigo se liberó con un giro rápido y comenzó a correr. Soldados cercanos escucharon el escándalo y lo persiguieron.

Saltó por encima de barriles, esquivó carretas y se coló por callejones estrechos. Pero los soldados lo seguían de cerca.

Cuando llegó a un muro de piedra, se impulsó con los pies y trepó como un felino. Desde la cima, miró hacia abajo y sonrió.

—Mejor suerte la próxima vez.

Y desapareció entre los tejados.

Pero ahora tenía un problema mayor: las autoridades lo estaban buscando.

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Esa noche, la lluvia cayó sobre la ciudad, empapando las calles y haciendo brillar los adoquines.

Ximena y Rodrigo, sin conocerse, se dirigían a casa por caminos distintos cuando algo los detuvo.

Unos metros adelante, en un callejón oscuro, un anciano encapuchado estaba rodeado por tres hombres. Sus ropas eran harapos, pero había algo en su presencia que lo hacía parecer más que un simple mendigo.

—No tienes escapatoria, viejo. Dame lo que llevas.

—No tienen idea de lo que están haciendo… —murmuró el anciano con calma.

Uno de los asaltantes sacó una daga.

Ximena sintió el impulso de ayudar. Rodrigo, escondido en las sombras, evaluó la situación.

No tuvieron tiempo de pensar. Actuaron.

Ximena lanzó una piedra, distrayendo a los hombres. Rodrigo, aprovechando la confusión, se deslizó detrás de uno y lo golpeó en la nuca. El anciano aprovechó la oportunidad para moverse con una rapidez sorprendente, esquivando la daga del segundo atacante.

Los ladrones, sorprendidos por la repentina resistencia, huyeron en la oscuridad.

Jadeantes, Ximena y Rodrigo se encontraron por primera vez bajo la lluvia.

—¿Estás bien, señor? —preguntó Ximena.

El anciano los miró con ojos sabios y sonrió.

—El destino los ha elegido.

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