La lluvia seguía cayendo con fuerza cuando el anciano, aún cubierto por su capucha empapada, los miró con una sonrisa críptica.
—Han hecho algo noble esta noche —dijo con voz pausada—. No cualquiera se arriesga por un desconocido.
Rodrigo cruzó los brazos, desconfiado.
—Solo hicimos lo correcto.
Ximena, en cambio, observó al anciano con curiosidad.
—¿Quién es usted?
El hombre miró a ambos con intensidad antes de extender las manos, sosteniendo dos pequeñas cajas de madera finamente talladas.
—Esto es un regalo. Un legado.
Rodrigo arqueó una ceja.
—¿Por qué darnos esto?
El anciano no respondió directamente. En su lugar, tomó sus manos y les entregó las cajas con solemnidad.
—No abran estas cajas aún. Hagan lo que su corazón les dicte cuando llegue el momento.
Ximena sintió el peso ligero de la caja en sus manos, y una extraña sensación recorrió su cuerpo. Rodrigo, aunque escéptico, aceptó sin protestar.
Cuando levantaron la vista, el anciano había desaparecido en la tormenta.
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Esa noche, Ximena llegó a la casa de su tío, don Esteban. Se quitó el rebozo empapado y subió a su pequeña habitación en el altillo.
A la luz de una vela, sacó la caja y la abrió.
Dentro, había un par de aretes rojos con puntos negros. Eran simples, pero algo en ellos la llamaba.
Sin pensarlo demasiado, se los puso.
Un resplandor rojo llenó la habitación, y ante sus ojos apareció una diminuta criatura flotante con grandes ojos azules y un cuerpo redondeado.
—¡Hola! —saludó la criatura con entusiasmo.
Ximena casi gritó, pero se cubrió la boca.
—¿Qué… qué eres tú?
—Me llamo Tikki. Soy un kwami y vengo con tu Miraculous.
Ximena parpadeó, confundida.
—¿Mi qué?
Tikki sonrió.
—Tu destino está por cambiar, Ximena.
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Rodrigo llegó tarde a la hacienda donde trabajaba. Se deslizó entre los establos oscuros, asegurándose de que nadie lo viera.
Cuando estuvo a salvo en su pequeño cuarto junto a los caballos, sacó la caja y la abrió.
Dentro, un anillo dorado con la marca de una garra felina brillaba bajo la tenue luz.
Rodrigo lo giró entre sus dedos antes de ponérselo en la mano derecha.
Un destello verde iluminó la habitación y una figura pequeña y flotante apareció ante él.
—¡Vaya, por fin salgo de ahí! —dijo con voz juguetona.
Rodrigo se sobresaltó y casi cae de espaldas.
—¡¿Qué demonios?!
El ser flotante rió.
—Relájate, amigo. Soy Plagg. Y parece que ahora eres mi nuevo portador.
Rodrigo frunció el ceño.
—¿Portador de qué?
Plagg bostezó.
—Digamos que el destino acaba de ponerte en el camino de algo grande.
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Mientras tanto, en el puerto de Veracruz, un barco de guerra francés atracaba con sigilo.
Desde su cubierta, un hombre alto y de porte imponente descendió con paso firme.
El general Joseph Caulaincourt había llegado a la Nueva España con órdenes precisas:
—Aplastar cualquier intento de rebelión.
—Y encontrar el poder oculto en esta tierra.
Bajo la luz de la luna, sus ojos fríos brillaron con ambición.
La caza había comenzado.

Comments (2)
¿Ese hombre de España sabrá de los miraculous?
Estoy en eso, lo más probable es que si y es un francés irónicamente